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Sexismo Ambivalente

Las formulaciones teóricas relativas al sexismo más moderno en su concreción ambivalente encuentran apoyo empírico. Así los estudios confirman la existencia de un sexismo ambivalente, resultado de la combinación de dos tipos de sexismo: sexismo hostil y sexismo benevolente, piedra angular de la teoría formulada por Glick y Fiske (1996). Y esta confirmación empírica, inicialmente aportada por los propios autores es posteriormente reafirmada en investigaciones paralelas (Eckes y Six, 1999; Mladinic et al., 1998; Expósito et al, 1998). Si reconocemos que el sexismo ambivalente hacia las mujeres, tanto en su vertiente hostil como benevolente mantiene a la mujer en un lugar asimétrico y jerárquicamente inferior al del hombre, es esperable que sean ellos los que se adscriban a tales actitudes en mayor medida. Lo que confirman sistemáticamente los estudios llevados a cabo hasta la fecha dentro (Lameiras, Rodriguez y Sotelo, 2001; Moya y Expósito, 2000) y fuera de nuestras fronteras (Glick y Fiske, 1996; Glick et al., 2000; Masser y Abrams, 1999, Eckehamar, Akrami y Araya, 2000). Convirtiéndose, como cabría esperar, en la principal variable independiente a estudio.

Junto a estos planteamientos surge otra importante cuestión a debate, esta es en qué medida el sexismo ambivalente, constituido por ideologías sexistas complementarias, es el fruto de la emancipación que las mujeres han experimentado en las sociedades más industrializadas o por el contrario se reproduce en todas las culturas. A esta cuestión se intenta dar respuesta a través del estudio transcultural de Glick et al. (2000), con una muestra de 15.000 hombres y mujeres de 19 naciones de los cinco continentes, entre ellas España. Los resultados de este macro estudio confirman la presencia del componente hostil-negativo y benevolente-positivo en las actitudes elicitadas hacia las mujeres en todas las culturas estudiadas. Resultados que también confirmó en un estudio con 1639 estudiantes universitarios/as de seis países iberoamericanos (Lameiras y Rodriguez, 2002).

Sin embargo aunque son los hombres en todas las culturas estudiadas los que manifiestan un mayor sexismo hacia las mujeres, estas no están exentas de este tipo de actitudes. Especialmente del sexismo benevolente que al estar asociado a un tono afectivo positivo y enmascarar su verdadera esencia sexista, es más fácilmente asumido incluso por las propias mujeres. De hecho en países como Cuba, Nigeria, Suráfrica y Botswana las mujeres son más sexistas benevolentes (Glick et al., 2000). Los argumentos de los autores para explicar estos resultados afianzan la idea de que el sexismo benevolente podría actuar como una estrategia de autodefensa en aquellos casos en los que la mujer se encuentra en un contexto con un elevado sexismo hostil, en los que las mujeres tendrían un gran incentivo para aceptar el sexismo benevolente y ganar la protección y la afectividad de los hombres. Lo que parece, sin duda, paradójico ya que las mujeres buscarían protección precisamente de los miembros del grupo del que reciben las amenazas y opresiones. Pero reafirma la compleja relación de dependencia-independencia que caracteriza a los sexos.

A pesar de los resultados que confirman que el sexismo ambivalente es un ideología que parece pervivir en todas las culturas otra interesante cuestión es la de determinar hasta qué punto el arraigo de las actitudes sexistas está asociado al nivel de desarrollo de un país. Esta cuestión es indiscutiblemente relevante ya que si la evolución de la ideología sexista está, como cabría esperar, condicionada por el desarrollo del país, una de las principales consecuencias de esto será promover todas aquellas acciones que contribuyan a dicho desarrollo y contribuir con ello a superar los estereotipos sexistas. Aunque con las limitaciones que impone el no disponer de muestras representativas a nivel nacional en el estudio transcultural del que hemos hablado de Glick et al. (2000) se comprueba que las puntuaciones tanto de sexismo hostil como benevolente correlacionan negativamente con los indicadores sociales a nivel nacional de igualdad de género, entre los que se encuentran el porcentaje del salario de la mujer con respecto al del hombre en puestos similares, el porcentaje de mujeres en puestos ejecutivos y políticos, el número de hijos por mujer o el porcentaje de población universitaria. De modo que las ideologías sexistas reflejan las desigualdades sociales entre sexos. Esto supone que en los países con un mayor índice de desarrollo humano son en los que se asumen en menor medida los estereotipos tradicionales para los sexos.

Estos resultados se confirman también en la muestra de países iberoamericanos (Lamerias et al., 2002), en el que se comprueba además que esta relación es incluso más marcada para los chicos. De hecho en un reciente estudio (Glick, Lameiras y Rodríguez, en prensa) se comprueba que el nivel de estudios correlaciona significativamente con la adscripción a actitudes sexistas, de tal modo que a mayor instrucción menor sexismo, tanto en su vertiente hostil como benevolente.

La importancia que el progreso social tiene en la elicitación de actitudes menos sexistas hacia las mujeres nos lleva a plantearnos otra interesante cuestión: ¿en qué medida los cambios sociales se reflejan en las actitudes de toda la población a estudio, o por el contrario éstas están también determinadas por el propio período evolutivo en el que se encuentra el sujeto?. Para dar respuesta a esta cuestión se llevo a cabo un estudio (Lameiras y Rodríguez, en prensa) con una muestra de 1003 sujetos elegidos aleatoriamente de la comunidad gallega entre las franjas de edad de 18 y 65 años. Los resultados de este estudio confirman que son el colectivo de personas mayores de 42 años los que muestran actitudes más sexistas tanto en la vertiente hostil como benevolente hacia las mujeres y lo que es más interesante todavía a partir de esta edad desaparecen las diferencias entre sexos. La explicación a estos resultados la podemos encontrar en la realidad socioeconómica que ha caracterizado a España con los cambios que se inician en la década de los 60, en sintonía a los que se producen en el resto de Europa, y en algunos países de forma más marcada todavía.

Estos argumentos relativos al progreso social sugieren que en consecuencia será la población más joven, aquella situada en la franja de edad entre 18-22 años, la que presente actitudes significativamente menos sexistas.

Pero los datos muestran que las actitudes sexistas disminuyen, o no se incrementan, desde los 18 hasta los 42, en un proceso más claro para las mujeres que para los hombres, dando lugar a un proceso más de u invertida que lineal ascendente como cabria esperar. Esto nos lleva a plantearnos en qué medida, y especialmente en relación al sexismo benevolente, su sutileza constituye una hábil trampa a la que sucumben incluso las mujeres autodescribiéndose a actitudes benevolentes e incluso hostiles. De hecho en el estudio previo con una población de adolescentes escolarizados en enseñanza secundaria obligatoria comprobamos que sus actitudes sexistas son incluso mayores que las asumidas por el colectivo de 18-22 años (Lameiras, Rodríguez y Sotelo, 2001). Reafirmando el proceso de u invertida entre la población más joven (entre 12-16 años) y la de más edad entrevistada (65 años).

Esto impone la necesidad de incorporar junto a la explicación que viene dada de los cambios sociales acaecidos en los últimos cuarenta años en España a favor del progreso socio-económico, también cambios a nivel evolutivo. Que nos deben hacer pensar en qué medida el sistema educativo, familiar y social siguen transmitiendo una visión estereotipada de los sexos del que se impregnan los y las más jóvenes desde un posicionamiento acrítico y que la entrada en la madurez y especialmente la incorporación a responsabilidades profesionales y familiares llevan especialmente a las mujeres a ser consciente del sexismo implícito tanto en el trato hostil como benevolente que reciben.

 

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La dimensión “real” del sexismo ambivalente

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